¡Cuán grande es tu bondad, que has guardado para los que te temen, que has obrado para los que en ti se refugian, delante de los hijos de los hombres! (Salmos 31:19)
Consideremos dos verdades importantes que presenta Salmos 31:19.
1. La bondad del Señor
Existe una bondad peculiar de Dios. Es decir, no solo una bondad general de Dios, que él muestra a todo ser humano al hacer salir el sol sobre malos y buenos (Mateo 5:45), sino que también hay una bondad peculiar para «los que le temen».
Esta bondad es de una abundancia sin medida. No tiene límite, jamás se acaba, lo abarca todo. Hay solo bondad para los que le temen. Todo obra para su bien. Incluso las tribulaciones están llenas de ganancia (Romanos 5:3-5).
Pero aquellos que no le temen reciben una misericordia temporal una misericordia que no conduce al arrepentimiento, sino a una peor destrucción (Romanos 2:4).
2. El temor del Señor
El temor del Señor es el temor de apartarse de él. Por lo tanto se expresa cuando buscamos refugio en él. Por eso, en Salmos 31:19 se menciona dos condiciones: temer al Señor y refugiarse en él.
Parece que fueran opuestos. El temor parece que nos alejara de él mientras que refugiarse parece que nos acercara. Sin embargo, cuando entendemos que este temor es el temor de no estar en su cercanía, entonces ambas condiciones obran juntas.
Existe un temblor real para los santos. «Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor» (Filipenses 2:12). Pero se trata del temblor que uno siente al estar entre los brazos del Padre que acaba de salvar a su hijo de las corrientes profundas del océano.